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La Batalla de Escamela fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 28 de mayo de 1812, en la localidad de Escamela, perteneciente al municipio de Ixtaczoquitlán, Veracruz. Los insurgentes comandados por el Gral. José María Morelos y Pavón se enfrentaron contra las fuerzas realistas, conformadas por españoles peninsulares y americanos. La batalla se llevó a cabo como un acción estratégica para la consecuente Toma de Orizaba en Veracruz. Como resultado, la batalla permitió la salida de los realistas en Ixtaczoquitlán.
La batalla de Tucumán fue un enfrentamiento armado librado el 24 y 25 de septiembre de 1812 en las inmediaciones de la ciudad argentina de San Miguel de Tucumán, en el curso de la Guerra de Independencia Argentina. El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano a quien secundara el coronel Eustaquio Díaz Vélez en su carácter de mayor general, derrotó a las tropas realistas del general Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses confirmar los límites de la región bajo su control.
La región del Alto Perú, la actual Bolivia, estaba nuevamente en manos de los realistas desde la derrota de la batalla de Huaqui, en la que el inexperto porteño Juan José Castelli no pudo hacer frente a las tropas de Tristán.
Las órdenes del Primer Triunvirato habían puesto a Belgrano al frente del Ejército del Norte el 27 de febrero de 1812; instalado su cuartel general en San Salvador de Jujuy. Desde allí Belgrano intentaba reanimar la moral de la tropa derrotada en Huaqui. Fue con ese ánimo que, el 25 de mayo enarboló en San Salvador de Jujuy la bandera que había creado meses atrás, y la hizo bendecir en la Catedral jujeña por el canónigo Gorriti.
Pronto notó que no estaba en condiciones de defender adecuadamente la plaza, y el 23 de agosto ordenó la retirada masiva de toda la población hacia el interior del territorio tucumano, en el llamado Éxodo Jujeño. Civiles y militares se replegaron, arrasando a su paso todo lo que pudiera dar cobijo o ser útil a los realistas. Cuando los españoles entraron, hallaron la ciudad solitaria y sin habitantes:
"Estaba desierta y desmantelada, y espantado del aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes después de la agradable animación de otros tiempos"
Las órdenes del Triunvirato ordenaban al Ejército del Norte hacerse fuerte en Córdoba. Sin embargo, Belgrano concibió la idea de detenerse en Tucumán, donde la población está dispuesta a sumarse al ejército. La victoria el 3 de septiembre en un combate sobre el río Las Piedras entre su retaguardia y dos columnas de avanzada de la tropa de Tristán confirmó su propósito; logró prender al jefe de la columna, el coronel Huici y una veintena de soldados. Despachó a Juan Ramón Balcarce hacia la ciudad, ordenándole reclutar y entrenar en la medida de lo posible un cuerpo de caballería a partir de los milicianos locales, con cartas para la rica y poderosa familia Aráoz, dos de cuyos integrantes, Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de La Madrid, prestaban servicios bajo su mando como mayor general o segundo jefe y teniente respectivamente.
La misión de Balcarce, unida a los rumores de que la tropa se retiraba hasta Córdoba, causó comprensible alarma en la ciudad. Tañeron las campanas del Cabildo y el cuerpo, en sesión pública, dispuso enviar tres representantes — los oficiales Bernabé Aráoz y Rudecindo Alvarado y el eclesiástico doctor Pedro Miguel Aráoz — ante Belgrano, para pedirle que diera batalla a los españoles en Tucumán. Al llegar a Tucumán el 13 de septiembre, Belgrano encontró a Balcarce con 400 hombres — sin uniformes y armados sólo con lanzas, pero bien organizados — y a la ciudad dispuesta a ofrecerle apoyo; Belgrano, según muchos historiadores, no buscaba más que ese pretexto para desobedecer la orden de retirada. Les dijo que se quedaría si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de caballería, y si el vecindario le aportaba 20.000 pesos plata para la tropa, cantidades que la comisión ofreció duplicar. Decidió ignorar por lo tanto las intimaciones del Triunvirato y hacerse fuerte allí.
Mientras tanto, el ejército realista avanzaba con dificultad, al no hallar en el terreno arrasado medios o instalaciones para cobijarse o reaprovisionarse; partidas irregulares organizadas por los locales y el ejército de Belgrano los hostigaban constantemente. No fue hasta el 23 de septiembre cuando, desde el paraje de Los Nogales, donde avistó Tucumán, recibió Tristán noticia de que el Ejército del Norte estaba acampado en la plaza y dispuesto a darle allí batalla.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen, e incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión.En esos mismos momentos, Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó la plaza desde el sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del teniente de Dragones La Madrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española. En todo caso, utilizó el viejo camino real del Perú para poner frente a la ciudad a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.
Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego, Belgrano — que había dispuesto al alba sus tropas al norte de la ciudad — había cambiado su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las maniobras de Tristán, y plantó cara a éste en un terreno escabroso y desparejo llamado el campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas dio tiempo a éste de reorganizar su frente y ordenar montar la artillería.
Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando de Balcarce, era más numerosa — contaba con la tropa gaucha recién reclutada — que la izquierda, al mando del Coronel Eustoquio Díaz Vélez
La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la central, y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie, demasiado dividida entre las mismas para ser efectiva, siendo su ayudante de campo José María Paz.
Fue la artillería la que inició el combate, bombardeando los batallones de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta. Belgranó ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo.
Es imposible saber qué efecto hubieran podido tener de cargar desde ese sitio, en un movimiento de pinzas; compuesta en general por hombres de campo e ignorantes de la disciplina militar, buena parte de la caballería gaucha rompió la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos, incluyendo fuertes sumas en metales preciosos, del ejército realista. Con ello lo privaron también de sus reservas de munición y de provisiones, con las que se retiraron del campo de batalla. Sólo la sección de Dragones que le daba apoyo y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvo el frente, pero junto con la pérdida de su equipaje ello bastó para confundir y desorganizar esa ala.
Mientras tanto, al otro lado del frente el resultado era muy distinto: pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.
La providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.
Tristán intentó retroceder para organizar a su tropa; en las maniobras para ello, abandonó su parque, que encontró la columna de Eustoquio Díaz Vélez virtualmente desprotegido. Junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego, recobró treinta y nueve carretas cargadas de armas y munición, y la condujo, junto con los cañones que se puedo arrastrar, a la ciudad; tomaron además numerosos prisioneros y las banderas de los regimientos Cotabambas, Abancay y Real de Lima.
Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación. Ambos lograron localizar a Paz, y a través de éste a lo que quedaba de la caballería en el campo. Se les sumó poco después Balcarce, el primero en atreverse a calificar de victoria la situación, juzgando que el campo cubierto de cadáveres y despojos españoles es indicio del resultado, aunque se desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad. Reordenar la hueste llevaría el resto de la tarde a Belgrano.
Mientras tanto, Tristán evaluaba la pérdida de su munición, de la mayor parte de la artillería y de sus avíos; ordenó a los restos de su tropa, que había perdido más de mil hombres entre muertos y heridos, avanzar sobre la ciudad e intimar su rendición bajo amenaza de incendiarla. Díaz Vélez fuerte en ella, respondió amenazando con el degüello de los prisioneros, entre los que se contaban cuatro coroneles, si Tristán tomaba alguna acción.
El español pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana, encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del arrogante coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez lo hostigaban.
"Aunque el triunfo de Tucumán -escribe Mitre- fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas", cabe a Belgrano "la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad y contra la voluntad del gobierno mismo".
El material abandonado por los españoles y recuperado por Díaz Vélez y Dorrego —13 cañones, 358 fusiles, 39 carretas, 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña— serviría al Ejército del Norte durante toda su campaña. 450 realistas perdieron su vida en el combate y otros 690, entre oficiales y soldados, fueron capturados en condición de prisioneros, entre estos los coroneles Pedro Barreda, Mariano Peralta, Antonio Suárez y José Antonio Álvarez Sotomayor. Por su parte, los defensores solo tuvieron 80 muertos y 200 heridos. Quedaron destruidos los regimientos y cuerpos militares de Cotabamba, Paruro, Abancay y parte del Real de Lima.
El 27 de octubre se celebró una misa de acción de gracias; en la procesión que llevaba la estatua de la Virgen de las Mercedes, Belgrano depositó su bastón de mando entre los cordones del ropaje de la imagen, proclamándola en agradecimiento como Generala del Ejército Argentino.
Moldes y Holmberg abandonarían el Ejército, pero se le sumaría Juan Antonio Álvarez de Arenales, con quien Belgrano emprendería el 12 de enero la marcha hacia Salta, donde los realistas se habían hecho fuertes.
La victoria consolidó la obra de la Revolución y alejó momentáneamente el peligro de un verdadero desastre. Si el ejército patriota se hubiera retirado, las provincias del norte se hubiesen perdido para siempre y el enemigo, dueño de un extenso territorio, habría llegado hasta Córdoba, donde le hubiera sido más fácil obtener la cooperación de los realistas de la Banda Oriental y de las tropas portuguesas del Brasil.
El triunfo tuvo también importantes consecuencias políticas, por cuanto Belgrano — que contaba con la simpatía de la Logia Lautaro — había derrotado al invasor contrariando las disposiciones del gobierno y demostrando el acierto de los opositores, cuando pedían auxilios para remitir al Ejército del Norte. En Buenos Aires, a los tres días de conocerse la noticia del combate, el Primer Triunvirato fue derribado por la Revolución del 8 de octubre.
Belgrano fue designado Capitán General, pero rehusó el ascenso con suma modestia.
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