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Batalla del Alto de Los Godos 25 de mayo de 1813
La Batalla del Alto de Los Godos fue un encuentro entre las fuerzas republicanas de Manuel Piar y las fuerzas realistas del capitán general Domingo Monteverde cerca de Maturín. Fue uno de los cinco intentos realistas de tomar la región y fue notable la participación de mujeres en el combate, tales como Juana Ramírez, «La Avanzadora».
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Sitio de Acapulco 12 de abril de 1813
El Sitio de Acapulco se libró en 12 de abril de 1813, en Acapulco, actual estado de Guerrero durante la Guerra de Independencia de México. Luego de fuertes enfrentamientos entre las fuerzas insurgentes y las tropas realistas, los rebeldes logran sitiar Acapulco, apoderándose de la plaza. Las fuerzas españolas se refugiaron en el Fuerte de San Diego, donde lograron resistir hasta agosto del mismo año, cuando se firmó un tratado de rendición entre José María Morelos y Pedro Antonio Vélez, defensor realista de la plaza de Acapulco. La victoria insurgente fue fundamental pues el puerto era uno de los puertos más importantes y parte fundamental a lo largo de su estrategia de guerra.
Combate de San Carlos 15 de mayo de 1813
El Combate de San Carlos fue una batalla desarrollada en las afueras de la localidad de San Carlos, VIII Región del Bio-Bío, en Chile el 15 de Mayo de 1813. Los contendientes eran, por un lado, las fuerzas realistas al mando de Juan Francisco Sánchez (a quien le había dado el mando Antonio Pareja por encontrarse éste enfermo, a pesar de lo cual estuvo presente en el combate, participando de la estrategia), y, por otro, el Ejército Patriota al mando del General en Jefe José Miguel Carrera, con 4.000 hombres.
Pareja iniciaba su retirada a Chillán la mañana del día 15 en muy difíciles condiciones, luego de ocupar la Villa de San Carlos y el Gral.Carrera, conocedor de tan propicios factores, decidió atacarlo en San Carlos, ordenando a su Vanguardia, comandada por el Bgr. Luis Carrera, que le diera alcance e impidiera su fuga.
La situación de los Realistas era difícil, pero también eran complejas las condiciones para los Patriotas. Las Divisiones avanzaban lentamente desde Longaví y las descoordinaciones podían provocar que la Vanguardia se aventurara sola por tiempo indeterminado.
En estas circunstancias, ya entablada la acción, "a pesar de la poca fuerza de la Vanguardia", (Diario Militar del Gral. Carrera); la Segunda División, comandada por el Bgr. Juan José Carrera y con la presencia del General en Jefe, se formaron las líneas de batalla hacia el mediodía.
Una orden impartida de que los Granaderos atacaran "a la bayoneta" (no está esclarecido si su origen fue de José Miguel o de Juan José Carrera), provocó que los Patriotas en su ataque recibieran las descargas de la artillería realista. Se dispersaron al pié de su posición, manteniendo los fuegos. La Caballería tampoco cargó con demasiado provecho, pero el asedio se sostuvo hasta el anochecer.
Por último, la Tercera División de Juan Mackenna, que muy tarde llegaba de refresco, tampoco pudo vencer la resistencia de la artillería realista y al caer la noche el Ejército Patriota se trasladaba a la Villa de San Carlos para reorganizarse y contraatacar al amanecer del día siguiente, dejándose sobre la posición realista una vigilancia que sería burlada. Pareja y el Ejército Realista emprendieron ésa noche su precipitada retirada hacia Chillán, perdiendo varios pertrechos, prisioneros y sufriendo ambos bandos serias bajas. La persecución por parte de los Patriotas se retomaría por la mañana, al descubrir Carrera la huída del enemigo.
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La batalla de Salta fue un enfrentamiento armado librado el 20 de febrero de 1813 en la pampa de Castañares, lindante con la ciudad argentina de Salta, en el curso de la Guerra de Independencia de la Argentina. El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano y de Eustaquio Díaz Vélez como mayor general o segundo jefe, derrotó por segunda vez a las tropas realistas del general Pío Tristán, a las que había batido ya en septiembre anterior en la batalla de Tucumán. La rendición incondicional de los realistas garantizó el control del gobierno rioplatense sobre buena parte de los territorios del antiguo Virreinato del Río de la Plata y aseguró temporariamente la región.
Belgrano había aprovechado la victoria de Tucumán para reforzar el ejército a su mando. En cuatro meses logró mejorar la disciplina de las tropas, proporcionarles instrucción y reclutar suficientes efectivos como para duplicar su número. El parque y artillería abandonados por Tristán en la anterior batalla le había permitido organizarse con mucha mayor soltura. A comienzos de enero, buscando marchar tranquilamente para no fatigar a las tropas, emprendió la vanguardia la marcha hacia Salta. El 13 de febrero, a orillas del río Pasaje, el ejército prestó juramento de lealtad a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en Buenos Aires pocos días antes, y a la bandera albiceleste diseñada por Belgrano. La bandera fue conducida por el mayor general Díaz Vélez, a quien llevaba en medio el coronel Martín Rodríguez y el general Belgrano escoltados por una compañía de granaderos que marchaban al son de música. La ocasión —cuya solemnidad fue empleada hábilmente por Belgrano, como lo había hecho en la bendición de la bandera en Jujuy antes del Éxodo Jujeño— dio lugar al bautismo del río con el nombre de Juramento.
Tristán, entretanto, había aprovechado la ocasión para fortificar el Portezuelo, el único acceso a la ciudad a través de la serranía desde el sudeste; la ventaja táctica que esto le suponía hubiera hecho el intento imposible, de no ser por el superior conocimiento de la zona que los lugareños conscriptos aportaran. El capitán Apolinario Saravia, natural de Salta, se ofreció a guiar el ejército a través de una senda de altura que desembocaba en la Quebrada de Chachapoyas, que les permitiría empalmar con el camino del norte, que llevaba a Jujuy, a la altura del campo de la Cruz, donde no existían fortificaciones semejantes. Aprovechando la lluvia que disimulaba sus acciones, el ejército emprendió la marcha a través del áspero terreno, avanzando lentamente a causa de la dificultad de transportar los pertrechos y la artillería. El 18 se apostaron en el campo de los Saravia, ubicado en esa zona, mientras el capitán, disfrazado de indígena arreador llevaba una recua de mulas cargadas de leña hasta la ciudad, con la intención de informarse de las posiciones tomadas por la tropa de Tristán.
El día 19, gracias a la inteligencia de Saravia, el ejército marchó por la mañana con la intención de acometer las tropas enemigas al amanecer del día siguiente. Tristán recibió noticia del avance, y dispuso sus tropas nuevamente para resistirlo; alineó una columna de fusileros sobre la ladera del cerro San Bernardo, reforzó su flanco izquierdo, y organizó las 10 piezas de artillería con que contaba. En la mañana del 20 Belgrano ordenó la marcha del ejército en formación, disponiendo la infantería al centro, una columna de caballería en cada flanco y una nutrida reserva al mando de Manuel Dorrego.
La herida de bala que al inicio de la batalla recibiera Eustaquio Díaz Vélez, segundo jefe de las fuerzas y jefe del ala derecha, mientras recorría la vanguardia de la formación, no fue obstáculo para que volviera al campo. El primer choque fue favorable a los defensores, ya que la caballería del flanco izquierdo encontraba dificultad para alcanzar a los tiradores enemigos por lo empinado del terreno.
Poco antes de mediodía, Belgrano ordenó el ataque de la reserva comandada por Dorrego sobre esas posiciones, mientras la artillería lanzaba fuego granado sobre el flanco contrario. Al frente de la caballería, condujo él mismo una avanzada sobre el cerco que rodeaba la ciudad. La táctica fue exitosa; columnas de infantes al mando de Carlos Forest, Francisco Pico y José Superí rompieron la línea enemiga y avanzaron sobre las calles salteñas, cerrando la retirada al centro y ala opuesta de los realistas. El retroceso de los realistas se vio dificultado por el mismo corral que habían erigido como fortificación; finalmente, se congregaron en la Plaza Mayor de la ciudad, donde Tristán decidió finalmente rendirse, mandando tocar las campanas de la iglesia de La Merced.
Un enviado a parlamentar negoció con Belgrano que al día siguiente los soldados abandonarían la ciudad en marcha, con honores de guerra, y depondrían las armas; Belgrano garantizaba su integridad y libertad a cambio del juramento de no empuñar nuevamente las armas contra los patriotas, un gesto inusual que ganó para su causa a no pocos de los combatientes enemigos. El mismo Tristán eventualmente tomaría el bando independentista en Bolivia. Los prisioneros tomados antes de rendición serían liberados a cambio de los hombres que José Manuel de Goyeneche retenía en el Alto Perú.
Los 2.786 hombres que quedaban con Tristán se rindieron al día siguiente, entregando más de 2.000 fusiles, espadas, pistolas, carabinas, 10 cañones y todo el parque de guerra. La generosidad de Belgrano, que abrazó a Tristán y lo dispensó de entregar sus símbolos de mando —los unía una estrecha amistad personal; habían sido condiscípulos en Salamanca, convivido en Madrid y amado allí a la misma mujer —, atraería sorpresa en Buenos Aires, pero la resonante victoria silenció las críticas y le granjeó un premio de 40.000 pesos dispuesto por la Asamblea. Belgrano declinaría recibirlo, disponiendo que el dinero se destinara a crear escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y Tarija; el libramiento de los fondos sería una deuda histórica durante 185 años, hasta que en 1998 finalmente se equipó en Tarija la última destinataria de los mismos.
La fosa común donde se enterraron los 480 caídos realistas y los 103 independentistas fue decorada por el gobernador Feliciano Chiclana con una cruz de madera y la inscripción "A los vencedores y vencidos". Hoy el lugar lo ocupa el monumento del 20 de febrero, proyectado por Torcuato Tasso y erigido en piedra de los cerros y un bronce alegórico. Los relieves que cubren los lados fueron diseñados por la también salteña Lola Mora. El monumento posee cuatro esculturas de bronce en honor a la actuación del general Manuel Belgrano, del mayor general Eustoquio Díaz Vélez, del teniente coronel Cornelio Zelaya y del comandante Manuel Dorrego.
El ejército de Belgrano continuaría camino hacia el norte, para hacer frente a las fuerzas de Joaquín de la Pezuela.
Combate de San Lorenzo 3 de febrero de 1813
El Combate de San Lorenzo tuvo lugar el 3 de febrero de 1813, junto al Convento de San Carlos Borromeo en la localidad de San Lorenzo de la Provincia de Santa Fe, entre las fuerzas independentistas argentinas y las colonialistas españolas.
La ciudad de Montevideo — declarada por España como capital provisional del Virreinato del Río de la Plata — era la principal base naval española en el océano Atlántico Sur; por tierra estaba sitiada por el ejército de José Rondeau, al que luego se sumaría José Gervasio Artigas. De modo que los españoles tenían que hacer uso del mar y del Río de la Plata para abastecerse. Frecuentemente, una escuadrilla realista salía de Montevideo en dirección al Paraná, y sus hombres merodeaban las costas robando los ganados.
Una expedición compuesta de once embarcaciones, que había salido de Montevideo con el propósito indicado, fue seguida paralelamente por tierra por el coronel de caballería José de San Martín, al frente de 125 hombres del Regimiento de Granaderos a Caballo, recientemente creado por él.
Las fuerzas de San Martín se adelantaron, deteniéndose cerca de la posta de San Lorenzo, situada a 26 km al norte del Rosario. En ese lugar existe el convento de San Carlos, donde — tras negociar la situación con el superior de los frailes franciscanos del convento, fray Pedro García — San Martín ocultó a sus granaderos, de modo que la escuadrilla realista no pudo observarlos.
Los realistas desembarcaron y avanzaron hacia el convento, suponiendo que allí estaban depositados los principales bienes de la zona. Para su sorpresa, fueron atacados por los granaderos a caballo sable en mano. El ataque de las tropas argentinas se realizó con un movimiento de pinzas saliendo de la parte trasera del convento, una de ellas —la de la izquierda y la primera en moverse— estaba encabezada por José de San Martín; la otra estaba encabezada por el capitán Justo Germán Bermúdez.
El desembarco no se produjo enfrente del convento, como había previsto San Martín, sino en dirección al centro de la actual ciudad. Por ello, la columna de San Martín llegó antes de que la de Bermúdez completara el movimiento. Por un momento, los españoles lograron defenderse. Una bala hirió al caballo de San Martín, que rodó y apretó una de las piernas del coronel, inmovilizándolo. Un enemigo iba a clavarle la bayoneta, cuando apareció el soldado puntano Juan Bautista Baigorria quien en ese preciso instante se interpuso, mató al soldado realista y comenzó una defensa heroica de San Martín. Mientras, el soldado Juan Bautista Cabral ayudó a San Martín a liberarse de la opresión del lomo del caballo sobre su pierna salvándole la vida. Tanto Baigorria como Cabral morirían en esa heroica acción.
La llegada del grupo de Bermúdez, impidiendo que los realistas se reorganizaran en cuadro, completó la victoria de San Martín, obligando a los realistas a huir apresuradamente. Algunos realistas se arrojaron al río desde la barranca y perecieron ahogados. El combate duró, en total, alrededor de 15 minutos.[2]
Pese a lo escaso de las tropas comprometidas, y a la escasa duración de la batalla, ésta tuvo consecuencias estratégicas: no hubo más campañas de los realistas de Montevideo hacia el río Paraná, y la ciudad comenzó a tener problemas de abastecimiento. Éstos llevarían, mucho más tarde, a su caída en manos de las tropas de Buenos Aires.
San Martín se expuso al fuego enemigo hasta el punto de que en este combate casi perdió la vida. Para explicar este hecho, téngase en cuenta que en esa época muchos de los oficiales principales encabezaban los combates para ser ejemplo de sus subordinados, el otro motivo parece haber sido disipar las sospechas que pudieran haber sobre la fidelidad de San Martín: tras décadas de vida en España, aún mantenía acento peninsular, y se sospechaba que fuera un agente realista.
Combate del Paranacito 8 de febrero de 1813
El Combate del Paranacito fue un episodio de la Guerra de Independencia de la Argentina que tuvo lugar el 8 de febrero de 1813 en el río Paranacito, cerca de su desembocadura en el río Uruguay, en las cercanías de la actual Villa Paranacito, Provincia de Entre Ríos, Argentina. Fue parte de las acciones defensivas de las poblaciones ribereñas del sur de la región Litoral argentina contra los ataques y saqueos realizados por barcos armados realistas españoles procedentes de Montevideo.
Debido a que la mayor parte de las fuerzas militares de las Provincias Unidas del Río de la Plata se hallaban concentradas en el sitio de Montevideo y en el frente del Alto Perú, la defensa de las poblaciones ribereñas de los ríos Paraná y Uruguay quedó principalmente a cargo de compañías milicianas reclutadas entre los pobladores.
El 5 de febrero de 1813 el comandante del escuadrón de milicias de Gualeguaychú, José Gutiérrez, fue informado sobre la presencia de una balandra realista en el río Paranacito. El día 6 Gutiérrez ordenó al capitán de la 3° Compañía del Escuadrón de Milicias, Gregorio Samaniego, que acompañado de 20 hombres y 2 sargentos (Tomás Tapia y Pablo Giménez) marcharan a atacarla.
El día 8 Samaniego y sus milicianos atacaron la balandra Nuestra Señora del Carmen, capturándola.
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La Batalla de Irapa fue un enfrentamiento entre las fuerzas independentistas de José Francisco Bermúdez y las fuerzas realistas capitaneadas por Francisco Cerveriz en la ciudad de Irapa ubicada en el actual estado Sucre el 15 de enero de 1813.
Bermúdez proveniente de Güiria se dirigía hacia Cumaná para tomar dicha ciudad, en el trayecto se encuentra la ciudad de Irapa en donde enfrentó y derrotó a los realistas y tomó la ciudad.
Toma de Oaxaca
La Toma de Oaxaca de 1812 fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 25 de noviembre de 1812, en la ciudad de Oaxaca, Oaxaca. Los insurgentes comandados por el Gral. José María Morelos derrotaron a las fuerzas realistas del teniente general realista González Saravia.
Mientras José María Morelos se encontraba en Tehuacán, Puebla, se enteró de que un grupo de tropas realistas intentaba atacarle, tomando así la decisión de reagrupar sus fuerzas y dejar la plaza. La organización del Ejército Insurgente del que contaba Morelos recaía en sus generales Hermenegildo Galeana, Víctor Bravo, Miguel Bravo y Nicolás Bravo, Pablo Galeana, Mariano Matamoros y de sus coroneles Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Todas estas fuerzas lograron reunir una fuerza superior a los 5,000 hombres con 40 cañones, mismos que se dirigieron con rumbo a la ciudad de Oaxaca el 10 de noviembre de 1812.
Antes de partir a Oaxaca, Morelos nombró al sustituto de Leonardo Bravo quien había caído prisionero por las tropas realistas. Dicha importante decisión recayó en Mariano Matamoros, al que nombró Mariscal, pasando a ser el segundo en jerarquía e importancia dentro de las tropas comandadas por Morelos. La importancia de ese cargo radica que en caso de fallecer o caer prisionero Morelos, Matamoros tomaría el mando total de las fuerzas insurgentes. Al llegar Morelos a Villa de Etla, Oaxaca, trazó el plan de ataque contra los realistas; envió una carta de rendición al Teniente General González Saravia, entonces defensor de la ciudad de Oaxaca; sin embargo, la notificación nunca fue contestada, posiblemente porque nunca fue recibida, por lo que Morelos decidió tomar la plaza.
El 25 de noviembre de 1812, las fuerzas insurgentes tomaron sus posiciones e iniciaron el ataque. El Coronel Manuel Montaño marchó sobre las faldas del cerro de la Soledad, para así cortar el paso del agua e impedir la retirada de los españoles por el camino de Tehuantepec. El General Galeana tomó el mando de la vanguardia; Miguel Bravo el de la columna del centro, Matamoros la retaguardia; Morelos, por su parte tomó una sección de caballería y el grueso de la infantería quedó como reserva para que fuera utilizada cuando fuera necesario.
Desde el fortín de la Soledad, la artillería realista logró detener el avance insurgente en los primeros instantes. Morelos entonces creyendo se encontraba en una posición poco favorable ordenó a los coroneles Ramón Sesma y Manuel Mier y Terán tomar el fortín. Ambos intentaron mover un cañón cerca del fortín para comenzar su ataque, pero descubierta su maniobra se entabló un nutrido fuego de fusilería entre ambos bandos. En tal situación Morelos se vio obligado a acudir para reforzar el avance de Mier y Terán, hasta que por fin se logra el objetivo.
Tomada aquella posición, el fuego insurgente inició a atacar las principales posiciones realistas con un cañón de ocho libras. Al principio las fuerzas realistas contestaron el fuego, pero poco a poco dejaron de responder hasta que el defensor del fortín ordenó la retirada. El último reducto fue el Juego de Pelota que estaba rodeado por un foso de agua el cual no se atrevían a cruzar los soldados insurgentes. Guadalupe Victoria lanzó su espada al otro lado del foso exclamando ¡va mi espada en prenda, voy por ella!, cruzando a nado el obstáculo dando así el ejemplo a sus compañeros que lo siguieron para tomar la posición.
La pérdida de Oaxaca significó un duro golpe para el gobierno virreinal. Para los insurgentes la toma de esta plaza, acrecentó el prestigio militar de Morelos, y les dio una posición geográfica privilegiada por los caminos y villas que desde ese sitio se podían controlar.
Toma de Güiria
La Toma de Güiria fue la acción que comenzó la liberación de oriente por los patriotas.
Mariño tras desembarcar en la punta este de la península de Paria proveniente del islote de Chacachare, toma a la ciudad de Güiria en una operación tipo comando iniciando así la reconquista de Venezuela.
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El Asalto y saqueo de San Nicolás en octubre de 1812 fue uno de las acciones principales efectuadas por la escuadra realista sobre las riberas de las Provincias Unidas del Río de la Plata en procura de abastecimientos para la ciudad de Montevideo y en hostigamiento del territorio que luchaba por su emancipación.
Al producirse la Revolución de Mayo de 1810, el Río de la Plata se convirtió pronto en uno de los epicentros del conflicto al conservar los realistas el dominio de los ríos con base en Montevideo.
A fines de julio de 1812 dos corsarios pudieron pasar sin ser sentidos la batería de Punta Gorda al mando del alférez de la artillería patriota Francisco Portilla y llegar a la boca del Río Colastiné donde el 31 de julio capturaron varios buques mercantes que descendían del Paraguay. A la altura de la Bajada del Paraná el 4 de agosto la sumaca Dolores transportando 60 hombres del Regimiento de Patricios al mando del teniente coronel Benito Álvarez consiguió recuperar la mayor parte del convoy y poner en fuga a la escuadrilla enemiga.
En la madrugada del 9 de octubre de 1812 la escuadrilla realista al mando de Manuel Monteverde reforzada a cinco buques ancló en el puerto de San Nicolás de los Arroyos y a las 7 de la mañana desembarcó una división de 150 hombres con siete piezas de artillería volante por 2 puntos de la costa.
El comandante de milicias de la plaza teniente Juan Correa había enviado 19 hombres en seguimiento de buques que se dirigían al Rosario, por lo que ante escaso de sus efectivos se retiró tras intentar evacuar a la mayor cantidad de familias posibles del pueblo y se limitó a observar desde la distancia, con el objetivo de hostilizar cualquier salida que efectuara en partidas el enemigo.
El asalto de San Nicolás se redujo a una acción de saqueo y destrucción de la villa que se mantuvo hasta las cinco de la tarde:
"Forzaron a cañonazos una de las puertas del templo y entraron dentro, y se robaron el copón, un incensario y todas las albas. No ha quedado casa, tienda ni pulpería que no haya sido robada, géneros, alhajas, y quanto había se lo llevaron. En lo de Warnes rompieron quanto pudieron cargar y últimamente le llevaron una criada."
En esas circunstancias fue muerto a bayonetazos después de recibir un culatazo en la cabeza por los marinos de la escuadrilla española el doctor Miguel Antonio Escudero de Rozas, presbítero del pueblo, aún después de haber entregado todos los bienes que poseía.
Al día siguiente, sábado 10 de octubre la escuadra partió rumbo a Montevideo cruzándose con una segunda escuadrilla compuesta de un bergantín, una goleta y un falucho, que subía el Río de la Plata rumbo al Paraná. Tras bombardear la ciudad, efectuaron un nuevo desembarco de 100 hombres con 10 piezas de artillería, terminando de destruir el poblado y partiendo el día 11 rumbo a Rosario.
En la Gaceta del 16 de octubre de 1812 se reproduce el parte del comandante de San Nicolás, Juan Correa, y en El Grito del Sud, en su edición del martes 12 de octubre de 1812 una carta del cura Mariano Gadea relatando los hechos del que "fue para este pueblo día de confusión y de llanto".
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La Batalla de Escamela fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 28 de mayo de 1812, en la localidad de Escamela, perteneciente al municipio de Ixtaczoquitlán, Veracruz. Los insurgentes comandados por el Gral. José María Morelos y Pavón se enfrentaron contra las fuerzas realistas, conformadas por españoles peninsulares y americanos. La batalla se llevó a cabo como un acción estratégica para la consecuente Toma de Orizaba en Veracruz. Como resultado, la batalla permitió la salida de los realistas en Ixtaczoquitlán.
La batalla de Tucumán fue un enfrentamiento armado librado el 24 y 25 de septiembre de 1812 en las inmediaciones de la ciudad argentina de San Miguel de Tucumán, en el curso de la Guerra de Independencia Argentina. El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano a quien secundara el coronel Eustaquio Díaz Vélez en su carácter de mayor general, derrotó a las tropas realistas del general Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses confirmar los límites de la región bajo su control.
La región del Alto Perú, la actual Bolivia, estaba nuevamente en manos de los realistas desde la derrota de la batalla de Huaqui, en la que el inexperto porteño Juan José Castelli no pudo hacer frente a las tropas de Tristán.
Las órdenes del Primer Triunvirato habían puesto a Belgrano al frente del Ejército del Norte el 27 de febrero de 1812; instalado su cuartel general en San Salvador de Jujuy. Desde allí Belgrano intentaba reanimar la moral de la tropa derrotada en Huaqui. Fue con ese ánimo que, el 25 de mayo enarboló en San Salvador de Jujuy la bandera que había creado meses atrás, y la hizo bendecir en la Catedral jujeña por el canónigo Gorriti.
Pronto notó que no estaba en condiciones de defender adecuadamente la plaza, y el 23 de agosto ordenó la retirada masiva de toda la población hacia el interior del territorio tucumano, en el llamado Éxodo Jujeño. Civiles y militares se replegaron, arrasando a su paso todo lo que pudiera dar cobijo o ser útil a los realistas. Cuando los españoles entraron, hallaron la ciudad solitaria y sin habitantes:
"Estaba desierta y desmantelada, y espantado del aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes después de la agradable animación de otros tiempos"
Las órdenes del Triunvirato ordenaban al Ejército del Norte hacerse fuerte en Córdoba. Sin embargo, Belgrano concibió la idea de detenerse en Tucumán, donde la población está dispuesta a sumarse al ejército. La victoria el 3 de septiembre en un combate sobre el río Las Piedras entre su retaguardia y dos columnas de avanzada de la tropa de Tristán confirmó su propósito; logró prender al jefe de la columna, el coronel Huici y una veintena de soldados. Despachó a Juan Ramón Balcarce hacia la ciudad, ordenándole reclutar y entrenar en la medida de lo posible un cuerpo de caballería a partir de los milicianos locales, con cartas para la rica y poderosa familia Aráoz, dos de cuyos integrantes, Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de La Madrid, prestaban servicios bajo su mando como mayor general o segundo jefe y teniente respectivamente.
La misión de Balcarce, unida a los rumores de que la tropa se retiraba hasta Córdoba, causó comprensible alarma en la ciudad. Tañeron las campanas del Cabildo y el cuerpo, en sesión pública, dispuso enviar tres representantes — los oficiales Bernabé Aráoz y Rudecindo Alvarado y el eclesiástico doctor Pedro Miguel Aráoz — ante Belgrano, para pedirle que diera batalla a los españoles en Tucumán. Al llegar a Tucumán el 13 de septiembre, Belgrano encontró a Balcarce con 400 hombres — sin uniformes y armados sólo con lanzas, pero bien organizados — y a la ciudad dispuesta a ofrecerle apoyo; Belgrano, según muchos historiadores, no buscaba más que ese pretexto para desobedecer la orden de retirada. Les dijo que se quedaría si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de caballería, y si el vecindario le aportaba 20.000 pesos plata para la tropa, cantidades que la comisión ofreció duplicar. Decidió ignorar por lo tanto las intimaciones del Triunvirato y hacerse fuerte allí.
Mientras tanto, el ejército realista avanzaba con dificultad, al no hallar en el terreno arrasado medios o instalaciones para cobijarse o reaprovisionarse; partidas irregulares organizadas por los locales y el ejército de Belgrano los hostigaban constantemente. No fue hasta el 23 de septiembre cuando, desde el paraje de Los Nogales, donde avistó Tucumán, recibió Tristán noticia de que el Ejército del Norte estaba acampado en la plaza y dispuesto a darle allí batalla.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen, e incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión.En esos mismos momentos, Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó la plaza desde el sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del teniente de Dragones La Madrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española. En todo caso, utilizó el viejo camino real del Perú para poner frente a la ciudad a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.
Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego, Belgrano — que había dispuesto al alba sus tropas al norte de la ciudad — había cambiado su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las maniobras de Tristán, y plantó cara a éste en un terreno escabroso y desparejo llamado el campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas dio tiempo a éste de reorganizar su frente y ordenar montar la artillería.
Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando de Balcarce, era más numerosa — contaba con la tropa gaucha recién reclutada — que la izquierda, al mando del Coronel Eustoquio Díaz Vélez
La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la central, y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie, demasiado dividida entre las mismas para ser efectiva, siendo su ayudante de campo José María Paz.
Fue la artillería la que inició el combate, bombardeando los batallones de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta. Belgranó ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo.
Es imposible saber qué efecto hubieran podido tener de cargar desde ese sitio, en un movimiento de pinzas; compuesta en general por hombres de campo e ignorantes de la disciplina militar, buena parte de la caballería gaucha rompió la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos, incluyendo fuertes sumas en metales preciosos, del ejército realista. Con ello lo privaron también de sus reservas de munición y de provisiones, con las que se retiraron del campo de batalla. Sólo la sección de Dragones que le daba apoyo y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvo el frente, pero junto con la pérdida de su equipaje ello bastó para confundir y desorganizar esa ala.
Mientras tanto, al otro lado del frente el resultado era muy distinto: pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.
La providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.
Tristán intentó retroceder para organizar a su tropa; en las maniobras para ello, abandonó su parque, que encontró la columna de Eustoquio Díaz Vélez virtualmente desprotegido. Junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego, recobró treinta y nueve carretas cargadas de armas y munición, y la condujo, junto con los cañones que se puedo arrastrar, a la ciudad; tomaron además numerosos prisioneros y las banderas de los regimientos Cotabambas, Abancay y Real de Lima.
Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación. Ambos lograron localizar a Paz, y a través de éste a lo que quedaba de la caballería en el campo. Se les sumó poco después Balcarce, el primero en atreverse a calificar de victoria la situación, juzgando que el campo cubierto de cadáveres y despojos españoles es indicio del resultado, aunque se desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad. Reordenar la hueste llevaría el resto de la tarde a Belgrano.
Mientras tanto, Tristán evaluaba la pérdida de su munición, de la mayor parte de la artillería y de sus avíos; ordenó a los restos de su tropa, que había perdido más de mil hombres entre muertos y heridos, avanzar sobre la ciudad e intimar su rendición bajo amenaza de incendiarla. Díaz Vélez fuerte en ella, respondió amenazando con el degüello de los prisioneros, entre los que se contaban cuatro coroneles, si Tristán tomaba alguna acción.
El español pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana, encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del arrogante coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez lo hostigaban.
"Aunque el triunfo de Tucumán -escribe Mitre- fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas", cabe a Belgrano "la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad y contra la voluntad del gobierno mismo".
El material abandonado por los españoles y recuperado por Díaz Vélez y Dorrego —13 cañones, 358 fusiles, 39 carretas, 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña— serviría al Ejército del Norte durante toda su campaña. 450 realistas perdieron su vida en el combate y otros 690, entre oficiales y soldados, fueron capturados en condición de prisioneros, entre estos los coroneles Pedro Barreda, Mariano Peralta, Antonio Suárez y José Antonio Álvarez Sotomayor. Por su parte, los defensores solo tuvieron 80 muertos y 200 heridos. Quedaron destruidos los regimientos y cuerpos militares de Cotabamba, Paruro, Abancay y parte del Real de Lima.
El 27 de octubre se celebró una misa de acción de gracias; en la procesión que llevaba la estatua de la Virgen de las Mercedes, Belgrano depositó su bastón de mando entre los cordones del ropaje de la imagen, proclamándola en agradecimiento como Generala del Ejército Argentino.
Moldes y Holmberg abandonarían el Ejército, pero se le sumaría Juan Antonio Álvarez de Arenales, con quien Belgrano emprendería el 12 de enero la marcha hacia Salta, donde los realistas se habían hecho fuertes.
La victoria consolidó la obra de la Revolución y alejó momentáneamente el peligro de un verdadero desastre. Si el ejército patriota se hubiera retirado, las provincias del norte se hubiesen perdido para siempre y el enemigo, dueño de un extenso territorio, habría llegado hasta Córdoba, donde le hubiera sido más fácil obtener la cooperación de los realistas de la Banda Oriental y de las tropas portuguesas del Brasil.
El triunfo tuvo también importantes consecuencias políticas, por cuanto Belgrano — que contaba con la simpatía de la Logia Lautaro — había derrotado al invasor contrariando las disposiciones del gobierno y demostrando el acierto de los opositores, cuando pedían auxilios para remitir al Ejército del Norte. En Buenos Aires, a los tres días de conocerse la noticia del combate, el Primer Triunvirato fue derribado por la Revolución del 8 de octubre.
Belgrano fue designado Capitán General, pero rehusó el ascenso con suma modestia.
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La Batalla Naval de Sorondo fue un encuentro entre las escuadras republicana y realista el 27 de febrero de 1812, en el marco de la Guerra de Independencia de Venezuela.
Habiendo Venezuela declarado su independencia el 5 de julio de 1811 las provincias desconocen a la junta de gobierno y declaran su lealtad a Fernando VII, la junta de Gobierno en Caracas envía fuerzas militares para someterlos.
Los patriotas remontan el Orinoco con una escuadrilla de embarcaciones, ante la que los realistas se retiran a Guayana la Antigua tras haber perdido una goleta. Los patriotas forman una línea para bloquear el rio, apoyada por baterías en tierra, en Sorondo y en la costa del sur.
El 25 de marzo atacan los realistas con 8 goletas, 2 balandras y 6 lanchas cañoneras, rompiendo la línea por la parte sur y apresando un pailebot y dos lanchas. Al amanecer del 26 se continúa el combate. Los patriotas se ven obligados a retirarse tras ser incendiados tres de sus buques mayores, apresados 31 con 30 piezas de artillería y habiendo sufrido 260 muertos y 538 prisioneros. En el bando realista hubo 5 muertos y 8 heridos.
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Batalla de Izúcar 23 de febrero de 1812
La Batalla de Izúcar fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 23 de febrero de 1812, en la actual localidad de Izúcar de Matamoros, Puebla. Los insurgentes comandados por el Gral. Mariano Matamoros lograron derrotar a las fuerzas realistas del brigadier Ciriaco del Llano. En esta batalla se distinguió quien fuera uno de los primeros presidentes de México, Vicente Guerrero.
Tercer bombardeo de Buenos Aires 4 de marzo de 1812
El 23 de septiembre de 1811 cae en Buenos Aires la Junta Grande y se hace cargo del poder ejecutivo el Primer Triunvirato, el cual el 20 de octubre de 1811 firma con Elío un armisticio el cual, siguiendo los lineamientos fundamentales planteados en julio, devolvía al control español no sólo la Banda Oriental sino también las villas entrerrianas de Gualeguaychú, Gualeguay y Concepción del Uruguay, y abandonaba a las milicias orientales a su suerte. El acuerdo incluía el retiro de las fuerzas portuguesas que al mando de Diego de Souza habán invadido la Banda Oriental el 17 de julio.
Habiendo retornado Elío definitivamente a España el 18 de noviembre, asumió con el título de Gobernador de Montevideo Gaspar de Vigodet. Resuelto a hacer fracasar el acuerdo, envió al capitán de fragata José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo a reconvenir a Buenos Aires por el incumplimiento del tratado en razón del apoyo encubierto que continuaba brindando a las milicias orientales. Si bien esto era cierto, tampoco Lecor había hecho efectivo el repliegue acordado. La respuesta del gobierno revolucionario fue darle dos horas para abandonar la ciudad, por lo que el 6 de enero de 1812 se cerraba el puerto de Montevideo y Vigodet daba por implícitamente roto el armisticio.
El 26 de enero el capitán de navío Miguel de la Sierra reemplazó en la comandancia de Montevideo al brigadier José María Salazar, y se dieron órdenes de reiniciar las operaciones sobre Buenos Aires. El 4 de marzo la escuadra bloqueadora, compuesta por 7 buques, incluido el bergantín Cisne, al mando de Primo de Rivera, abandonó su fondeadero habitual y entró en balizas donde tomó posiciones al mediodía.
El gobernador intendente de la ciudad, el coronel Miguel de Azcuénaga y Basavilbaso, ordenó alistar las baterías del muelle y de la fortaleza, pero considerando el gobierno que estaban aún pendientes las negociaciones con Montevideo (o cuando menos no se había dado por caído formalmente el acuerdo) dispuso que no se iniciaran las hostilidades, por lo que se perdió la oportunidad de operar con las baterías del muelle mientras el enemigo maniobraba para tomar posición.
Primo de Rivera pudo dar ancla sin oposición frente al muelle. Sin mediar parlamento o intimación alguna abrió fuego a bala rasa sobre las baterías, el queche Hiena al mando de Tomás Taylor y una cañonera patriota. Como en las anteriores ocasiones el entusiasmo del vecindario fue evidente concentrándose en la ribera y en la Plaza Mayor. Una multitud transportó en brazos dos cañones de a 24 a la ribera, donde se montó rápidamente una tercer batería. Otros recorrían la zona bajo fuego para recoger los proyectiles arrojados por el enemigo y ponerlos a disposición de las baterías.
Tras cincuenta minutos de intercambio de fuego vivo, la escuadrilla realista se retiró. Las averías y bajas de ambas partes no fueron significativas. Los proyectiles y munición consumidos por Primo de Rivera, especialmente en la situación de Montevideo, valían mucho más que los perjuicios ocasionados.
No hubo nuevos bombardeos al Buenos Aires: habían fracasado en todo aspecto, desperdiciado recursos escasos y fortalecido al enemigo. Tanto el primero, que pretendía atemorizar al vecindario y obligar así al gobierno a someterse a las condiciones de Elío, como los restantes que se concentraron en mayor medida en aniquilar tempranamente las escasas fuerzas navales patriotas antes que dejaran de ser una molestia para la escuadra bloqueadora y se convirtieran en una amenaza no lograron sus objetivos e incluso fueron contraproducentes: los daños fueron mínimos, se fortaleció el patriotismo de los ciudadanos y los realistas cedieron incluso la victoria moral a sus adversarios faltando a las normas de guerra cuando menos en el primer ataque, al bombardear sin aviso una ciudad indefensa.
Con sus recursos dismuyendo rápidamente y sin posibilidad de obtenerlos en la medida de sus necesidades de una metrópoli que luchaba por su supervivencia, Vigodet debió en marzo de ese año dirigirse al Virrey del Perú, José Fernando de Abascal y Sousa. Asimismo, decidió concentrar los esfuerzos de su flota en mantener repetidas incursiones de hostigamiento y aprovisionamiento recorriendo las riberas de los ríos interiores.
El gobierno de Buenos Aires se consolidó lo suficiente para que, ya el 20 de mayo, estuviera en condiciones de adquirir suficiente armamento para, tomando ventaja del armisticio acordado el 24 de ese mes con el enviado plenipotenciario de la corte portuguesa Juan Rademaker que aseguraba finalmente el retiro efectivo de las fuerzas de ocupación en la Banda Oriental, emprender el segundo sitio de Montevideo.
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El Segundo bombardeo de Buenos Aires fue dispuesto por el gobierno realista de Montevideo y efectuado por una escuadra comandada por el capitán de navío Juan Ángel de Michelena el día 19 de agosto de 1811.
Tuvo por objeto forzar a la Junta revolucionaria que gobernaba el proceso iniciado el 25 de mayo de 1810 en aquella ciudad al retiro de sus tropas de la Banda Oriental y a restar todo apoyo a las milicias rebeldes de la campaña hasta tanto el Consejo de Regencia se pronunciara respecto de la cuestión de fondo, la representación de los intereses de Fernando VII en el Río de la Plata.
Estas condiciones habían sido propuestas y rechazadas en julio de ese año tras el bombardeo de la ciudad.
El ataque fue efectuado aun cuando en ese momento se efectuaban negociaciones en Montevideo a requerimiento del mismo Elío.
Mientras la indignación popular impulsó a formar rápidamente un fondo para armar la mínima fuerza que recibiera el esperado regreso de Michelena, Elío invitó inmediatamente a la Junta a entablar negociaciones en territorio neutral, para lo que se proponía utilizar un navio británico frente a Montevideo, lo que fue aceptado por el gobierno revolucionario y el 12 de agosto se envió a Montevideo una misión diplomática compuesta por el Deán Gregorio Funes, el Dr.José Julián Pérez y el Dr. Juan José Paso. No obstante ese mismo día se presentó en balizas la escuadra de Michelena para nuevamente bombardear la ciudad, lo que suspendió a instancias del comandante británico y en razón de las tratativas iniciadas.
El 15 de agosto, aún en curso las negociaciones Elío envío a Michelena un oficio ordenándole que "continúe operando hostilmente sobre Buenos Aires, advirtiéndolo antes a la Junta por medio de un parlamento, sin que deba suspenderlas porque se halla pendiente la comisión de sus diputados, a menos que no se conforme con las proposiciones de la intimación que hice en 15 del próximo pasado".
El día 18 Michelena recibió sus órdenes, las que transmitió por parlamento directamente a la Junta. Esta, desde su sede en la Real Fortaleza, respondió que estando pendientes aún las negociaciones, la exigencia de aceptar las condiciones del 15 de julio era no solo indigna sino injusta e irracional y no dejaba otra opción que ratificar la respuesta dada el 16 de aquel mes.
En la madrugada del 19 de agosto, a las 00:45, la escuadrilla española inició una lenta aproximación. A las 7 de la mañana se ubicó en línea de combate pero con tan exagerada prudencia que recién seis horas después inició un fuego sostenido, siempre sin traspasar el banco frente a balizas, por lo que dada la distancia era por completo inútil.
Desde los cuatro pequeños lanchones que al mando de Bouchard protegían las balizas exteriores "como por burla y menosprecio...se les contestó a los tiros suyos con tiros de pistolas."
Finalmente, los lanchones abrieron fuego con su único cañón y respondieron esporádicamente para conservar munición y demostrar capacidad de fuego. El único avance realista fue el de uno de los faluchos que apoyado por una cañonera se desprendió de la línea, se aproximó algo y luego de intercambiar disparos retorno a su posición inicial. A las 17:30 los realistas se retiraron río adentro. Los únicos heridos entre los patriotas fueron tres hombres y a causa de un cañón que mal ajustado los hirió en su retroceso.
"Todas esta horas que hubo de tiroteo fue diversión para el vecindario, que lo más de él estuvieron sobre la barranca pasando el tiempo en reírse de los enemigos, que tan sólo de lejos hacían ruido y no se aproximaban de temor, sin poner en ejecución el bombardeo amenazado"
Beruti, Juan Manuel, Memorias Curiosas.
"las negras lavanderas de la playa se burlaban a gritos, golpeándose la boca con las manos y haciendo toda clase de ademanes, tan extravagantes como ridículos".
Robertson, John Parish, Letters on South America.
"Aún se hallaba a la una del día a una distancia considerable fuera del tiro de nuestros buques, y ya principió un cañoneo desesperado contra el río, donde inmensidad de gentes estaban siendo espectadores de su ridículo combate. Nuestros marineros en los palos les contestaban con tiros de pistola con pólvora, acompañando una griteria que cubría de vergüenza a cuantos españoles sensatos presenciaban aquella escena, la más humillante que habrá tenido la marina española en todas las repetidas veces, que su cobardía le ha acarreado la pifia hasta de las mujeres.[9] El bergantín Belén y demás buques grandes, donde probablemente vendrían los delicados oficiales de marina, se colocaron a una distancia en que no pudiesen alcanzarles nuestros fuegos, pero ni ofender ellos a nuestros buques. Sólo un falucho y una cañonera se aproximaron algo más, como para explorar el calibre de nuestra artillería, y si podría la suya ofender sin que les alcanzasen. Mas luego que recibieron uno o dos balazos, por lo que se observó, se retiraron a acompañar y seguir el fuego de la capitana contra los surubíes y pejerreyes del río."
Pedro José Agrelo. La Gazeta
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Batalla de Llanos de Santa Juana 12 de Julio de 1811
La Batalla de Llanos de Santa Juana fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 12 de julio de 1811, en los Llanos de Santa Juana, Colima. Los insurgentes comandados por el Gral. José Calixto Martínez y Moreno, alias "Cadenas" fueron derrotados ante las fuerzas realistas del coronel Manuel del Río. A pesar de esta derrota de los insurgentes, los jefes insurgentes Ignacio Sandoval y Miguel Gallaga logran por fin el día 16 de julio la toma de Colima. Las pérdidas insurgentes en esta batalla fueron de 300 soldados, entre población civil que había tomado las armas.
Primer Bombardeo de Buenos Aires 15 y 16 de julio de 1811
El Primer bombardeo de Buenos Aires fue ordenado por el gobierno realista de Montevideo y efectuado por una escuadrilla al mando del capitán de navío Juan Ángel de Michelena el 15 y 16 de julio de 1811. Tuvo por objeto combatir a la Junta revolucionaria que gobernaba el proceso iniciado el 25 de mayo de 1810 en aquella ciudad, capital entonces del Virreinato del Río de la Plata, forzándola al retiro de sus fuerzas de la Banda Oriental y a suspender todo apoyo a los rebeldes en la campaña hasta tanto el Consejo de Regencia de España e Indias resolviera respecto de la cuestión de fondo, la representación de los intereses de Fernando VII en el Río de la Plata.
Cuando Francisco Javier Elío regresó de España con el nombramiento de Virrey se planteó como objetivo general de su política retrotraer la situación en el Plata a la existente a mediados de 1810: Buenos Aires retiraría sus fuerzas de la Banda Oriental y negaría todo apoyo a los insurgentes orientales, Montevideo retiraría a cambio su bloqueo a Buenos Aires y los ríos interiores y la cuestión de fondo sería puesta a consideración del Consejo de Regencia.
A principios de julio de 1811, Elío resolvió intentar presionar fuertemente al gobierno de las Provincias Unidas. Despachó a ese efecto una fuerza naval al mando del capitán de fragata Juan Ángel Michelena, compuesta por los bergantines Ligero y bergantín Belén, dos balandras bombarderas, la sumaca Gálvez, dos faluchos y una lancha.
Las instrucciones consistían en que a medianoche se situase en paraje y sonda bien conocidos desde donde "bombear y balear dos o tres horas y para el amanecer, retirarse fuera de tiro, parlamentar y presentar el convenio, no para discutir, sino para aceptar, y en caso de repulsa o proposición de variación alguna, volverse a situar a cualquier hora y seguir su bombardeo; pues que ya veían la posibilidad y facilidad de ejecutarlo."
Michelena zarpó el 7 de julio de Montevideo, y tras repostar en la Isla Martín García, se presentó en balizas exteriores del puerto de Buenos Aires el día 15 de ese mes.
Michelena, nativo de Maracaibo, Venezuela, tenía en la ciudad a su familia, su esposa María del Carmen del Pino y sus hijos, lo que no fue obstáculo para completar su misión.
La Junta había tenido aviso del plan, así como de la presencia de la escuadra en Martín García, por lo que había tomado los escasos recaudos que estaban a su alcance. El cabildo convocó el 13 a los alcaldes de barrio y los instruyó formalmente para que dispusieran patrullas de vigilancia en prevención de eventuales desembarcos y puestos de observación para seguir los movimientos de la flota incursora, mientras resolvía que los mismos cabildantes recorrerían permanentemente la ciudad para garantizar el cumplimiento de las medidas y arbitrar los medios para hostilizar al enemigo.
La noche del 13 el depósito de pólvora que existía en El Retiro, en la "casa de mixtos", frente al Convento de las Catalinas se trasladó a la iglesia de San Nicolás de Bari menos expuesta al alcance de las bombas enemigas.
Más de 100 cajones y barriles fueron trasladados rápidamente en carretillas con el auxilio de 300 hombres
La noche del 15 a las 20:00, aprovechando el viento y marea favorables, las cañoneras fueron adelantadas a posición de tiro en balizas interiores y entre las 21 y 22:00 horas se inició el bombardeo que duró hasta la una de la mañana del 16.
Sólo respondió el fuego el único barco disponible, una lancha cañonera armada con un cañón de a 18, desde el 1° de junio al mando de Hipólito Bouchard, hasta que salió de servicio por la rotura del eje de cureña.
El daño que experimentó la ciudad no fue de consideración en sus edificios y sólo dos personas fueron heridas por las bombas.
El escocés Juan Parish Robertson, testigo presencial del bombardeo, relata la reacción de la población mientras se producía el ataque:
"Las bombas con su espoleta prendida describían hermosos arcos sobre la ciudad, alumbrada todavía por los faroles. La mayor parte de las familias estaban en sus tertulias, y aunque esos proyectiles estallaban aquí y allí, las señoras no tenían temor de subir a las azoteas con el objeto de presenciar el espectáculo. Quienes han visto alguna vez como las bombas van describiendo en el aire magníficas curvas, saben que este mensajero destructor por más que caiga a un cuarto de milla de distancia, siempre da la impresión de hacerlo en el punto ocupado por el observador. Así sucedió aquella noche. El señor Juan Pedro Robertson se hallaba en la azotea de la casa de madame O'Gorman como un miembro más de una gran tertulia que se había congregado a contemplar la escena. Las porteñas se estremecían un poco al acercarse las bombas y fingían chillar cuando caían. Sólo uno se asustó, un inglés, que convencido de que iba a ser víctima de una granada se arrojó desde la azotea al patio y su caída fue felizmente interrumpida por una puerta abierta, mientras que la bomba cayó a sólo dos cuadras de donde se encontraba... Cuan distante estaría Michelena de pensar que mientras hacía fuego, las porteñas cantaban, bailaban o se asomaban a verlo tranquilamente"
Robertson, John Parish, Letters on South America.
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La Batalla de Las Piedras se produjo a media mañana del 18 de mayo de 1811. Este enfrentamiento constituyó el primer triunfo importante de las fuerzas revolucionarias adherentes a las Provincias Unidas del Río de la Plata, en lo que luego sería Uruguay, al mando de José Gervasio Artigas.
Las fuerzas comandadas por Artigas se enfrentaron a las fuerzas imperiales de España despachadas por el gobernador de Montevideo Francisco Javier de Elío, las cuales se oponían a la autoridad de la Junta de Mayo de Buenos Aires. Los dos bandos se enfrentaron en nombre del rey Fernando VII.
El gobernador de Montevideo y ya entonces virrey del Río de la Plata, Francisco Javier de Elío, designó al capitán de fragata José Posadas, jefe de las fuerzas regulares que guardaban la Plaza fuerte. Posadas instaló su cuartel general en San Isidro Labrador de Las Piedras, en las cercanías de Montevideo, para librar allí un enfrentamiento decisivo contra los revolucionarios.
En tanto que José Artigas, se ubicó en la villa de Nuestra Señora de Guadalupe. Los artiguistas llegaron a conformar un ejército de mil hombres, en tanto que las milicias de Posadas estaban constituidas por 1.230 personas, de las cuales cerca de doscientas pasaron al bando de Artigas en medio del fragor de la lucha.
El 18 de mayo se produjo el enfrentamiento del que resultó la victoria para los revolucionarios. Fue luego de esta victoria que Artigas pronunció su famosa frase "Clemencia para los vencidos", en referencia a los heridos del ejército español. Después de la batalla murió el primo de José Artigas, Manuel Artigas, homenajeado en Buenos Aires por ser el primer oficial muerto en combate por la causa revolucionaria.
“Las ocupaciones que me han ofrecido el honroso cargo que usted tuvo a bien confiarme, no me han permitido, desde mi salida de esa capital, dar a usted una relación detallada de los movimientos practicados y el feliz suceso de las armas de la patria; pero he cuidado de avisarlos respectivamente al señor Belgrano y al coronel don José Rondeau, desde que fue nombrado jefe de este ejército, quienes creo lo harían a usted en iguales términos."
"Aprovecho sin embargo estos momentos para elevar a su conocimiento todas las operaciones de la división de mi cargo."
"Con ella llegué el 12 del corriente a Canelones, donde acampamos destacando partidas de observación cerca de los insurgentes que ocupaban las Piedras; punto el más interesante, así por su situación como por algunas fortificaciones que empezaban a formar y por la numerosa artillería con que lo defendían."
"En la misma noche se experimentó una copiosa lluvia, que continuó hasta las diez de la mañana del 16, en cuyo día destacaron los enemigos una gruesa columna a la estancia de mi padre, situada en el Sauce, a cuatro leguas de distancia de las Piedras, con objeto de batir la División de Voluntarios del mando de mi hermano don Manuel Francisco Artigas, que regresaba por orden mía de Maldonado, a incorporarse con mi División. Se hallaba acampado en Pando y luego que sus avanzadas avistaron al enemigo, me dio el correspondiente aviso pidiéndome 300 hombres de auxilio: en cuya consecuencia y de acuerdo con los señores capitanes determiné marchar a cortar a los enemigos."
Alberto Zum Felde considera a la Batalla de Las Piedras como decisiva para el futuro de la revolución. Ante la derrota de Belgrano en el Paraguay y el Paraná, sin la Batalla de Las Piedras la Revolución de Mayo hubiera sido ahogada.
Sin embargo, la victoria de Las Piedras será contrarrestada por la invasión portuguesa de la Banda Oriental promovida por las fuerzas de de Elío.
Toma de Zacatecas 15 de abril de 1811
La Toma de Zacatecas de 1811 fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 15 de abril de 1811, en la ciudad de Zacatecas, Zacatecas. Los insurgentes comandados por el Gral. Ignacio López Rayón, lograron derrotar a las fuerzas realistas del coronel José Manuel de Ochoa.
Luego de la retirada de Miguel Hidalgo y los demás insurgentes al Norte de México gracias a su derrota sufrida en la Batalla de Puente de Calderón, el 16 de marzo de 1811 celebraron una junta en Saltillo, Coahuila, con motivo de nombrar a un jefe que coordinara las tropas y las acciones desde el norte, con el fin de mantener la lucha independentista. A pesar de ser militares de carrera, Mariano Abasolo y Joaquín Arias no aceptaron el cargo, al final de la misma se aceptó la solicitud de Ignacio López Rayón, nombrándosele Jefe Supremo y a José María Liceaga, subjefe de la misma.
Al conocer de la captura de los comandantes insurgentes en Acatita de Baján, López Rayón huyó de Coahuila el 26 de marzo, dirigiéndose a Zacatecas; siendo este seguido por el jefe realista José Manuel Ochoa, con el que libró la Batalla del Puerto de Piñones, derrotando a Ochoa y obteniendo armamento. Luego de varios combates, el 15 de abril López Rayón tomó Zacatecas, ahí fundió artillería, fabricó pólvora y dio uniforme a sus tropas. Desde allí se fue a La Piedad, Michoacán, donde se unió con las fuerzas de José Antonio Torres.
Batalla del Maguey 2 de mayo de 1811
La Batalla del Maguey fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 2 de mayo de 1811, en la localidad de El Maguey, en el estado de Aguascalientes. Los insurgentes comandados por Ignacio López Rayón fueron derrotados en combate por las fuerzas realistas del Gral. Miguel Emparan.
A la salida de Rayón el brigadier Miguel Emparan con 3.000 hombres, llevando como segundos a los coroneles García Conde y conde de Casa Rul, quienes lo alcanzaron la madrugada del 3 de mayo en las inmediaciones del rancho del Maguey.
Rayón envió a su infantería, equipajes, y caudales al pueblo de La Piedad. Rayón permaneció en su posición con 14 cañones de artillería y un piquete de caballería para detener el avance enemigo y dar tiempo a la retirada de los caudales e infantería. Emparan rompió fuego, recibiendo respuesta paulatinamente, siendo Rayón primero en formación de batalla; luego cambió en semicírculo, y finalmente en martillo, debido a las formaciones del enemigo.
Rayón aprovechando el humo y tierras en el aire, escapó de la acción. Emparan continuó su ataque, y luego se apoderó de los cañones abandonados.
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La Batalla de Tacuarí fue un combate ocurrido en el sur del Paraguay, entre fuerzas revolucionarias, al mando de Manuel Belgrano, miembro de la Primera Junta argentina de Gobierno, y las tropas paraguayas del coronel Manuel Atanasio Cabañas, en esa época al servicio de los realistas.
Al estallar la Revolución de Mayo en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, la llamada Primera Junta de Gobierno invitó a las demás ciudades y provincias del mismo a unirse a la Revolución. Pero todo gesto en el sentido de conservar los gobiernos anteriores a la Revolución fue interpretado como hostil; en consecuencia, se ordenaron dos campañas militares a aplastar la resistencia, uno al Alto Perú y otro al Paraguay, cuyo gobernador español, Bernardo de Velasco, se había negado a reconocer a la Junta y había recibido el apoyo del Cabildo de Asunción.
Al mando de la campaña al Paraguay fue puesto Manuel Belgrano, miembro de la Junta que llevaba apenas 700 hombres, la mitad de ellos sin experiencia militar. No obstante, la prudente estrategia de Velasco lo llevó hasta Paraguarí, cerca de Asunción, donde logró derrotarlo con relativa facilidad.
Obligado a retroceder, Belgrano se dirigió hasta el río Tebicuary, donde se le unieron 400 hombres de las milicias guaraníes de Yapeyú y algunas compañías del Regimiento de Caballería de la Patria. Según anota en sus Memorias, los paraguayos no lo persiguieron, y así pudo continuar su retirada hasta el poblado de Santa Rosa. Allí recibió noticias de que se agravaba la situación en la Banda Oriental, por lo cual la Junta le ordenaba concluir pronto la campaña de Paraguay para atender al nuevo teatro de operaciones. A su vez, Belgrano pidió refuerzos y decidió detener la retirada en el río Tacuarí y resistir allí. Confiaba en poder mantener esa posición, siempre que Buenos Aires le mandara los refuerzos pedidos.
La ayuda enviada por la Junta fue una pequeña escuadra naval para remontar el río Paraná y auxiliar a Belgrano. Pero esta flotilla, compuesta de tres pequeños buques mandados por Juan Bautista Azopardo fue vencida en un combate naval el 2 de marzo frente a San Nicolás de los Arroyos. De modo que Belgrano quedó solo.
Los paraguayos avanzaron detrás de Belgrano, esperando que éste se retirara sin combatir después del desastre sufrido en Paraguarí. La vanguardia estaba al mando de Fulgencio Yegros y el grueso de las tropas al mando del general Manuel Cabañas, sumando en total unos 2.000 hombres, a los cuales se sumó un refuerzo de tres piezas de artillería y 400 soldados más.
En la mañana del 7 de marzo se produjo la concentración de las tropas paraguayas con la llegada de las fuerzas de Gamarra a la margen derecha del río Tacuary. Cabañas escribió ese día a Velazco:
“(...) estoy resuelto desde mañana a comenzar mis hostilidades al enemigo y no darle cuartel hasta el sábado en que pienso meterlo dentro de tres fuegos (...) [el plan] es pasar por un puente (...) cuatro piezas de artillería y mil hombres y atacarlos de improviso si es posible de aquella parte y enfrente (...) [apoyados] los fuegos de la falúa y dos botes que tengo apostados en la boca del Tacuary”.
El 8 de marzo se terminó de construir un puente sobre el río y comenzaron a pasar las tropas paraguayas. El 9 de marzo, los paraguayos atacaron de frente la posición de las fuerzas de Belgrano. Éste se hizo fuerte detrás del río Tacuarí, obligando a las fuerzas de Cabañas a salvar el río bajo fuego enemigo. Pero Cabañas dejó sólo una parte de sus fuerzas, incluida toda la artillería, en esa posición, y avanzó por una picada a través de la selva.
Por una senda abierta especialmente para esta operación, Cabañas atacó de costado al ejército porteño. El coronel José Machain se desplazó hacia el costado para repelerlo, pero fue rodeado por la caballería paraguaya y obligado a rendirse. Entonces Belgrano dejó apenas unos pocos hombres en su posición defensiva y marchó en ayuda de Machain. Al mando de los defensores del paso del río quedó el mayor Celestino Vidal, que quedó casi ciego por un cañonazo. Aun así logró derrotar a los atacantes, usando como lazarillo a un niño, tambor del ejército. Éste siguió tocando, animando a los soldados y transmitiendo las órdenes de su jefe, hasta que fue alcanzado por el fuego enemigo y cayó muerto. El niño correntino llamado Tambor de Tacuarí, de nombre Pedro Ríos, se convertiría con el tiempo en leyenda militar de la Argentina.
Belgrano se negó a rendirse ante el requerimiento de Cabañas, y se mantuvo en una firme resistencia, que obligó a los paraguayos a detener su avance. Rápidamente, Belgrano retrocedió con lo que quedaba de su ejército hasta una loma cercana. Desde allí envió una comunicación a Cabañas, en que le decía que:
"las armas de Buenos Aires han venido a auxiliar y no a conquistar al Paraguay. Pero, puesto que rechazan con la fuerza a sus libertadores, he resuelto evacuar la provincia, repasando el Paraná con el Ejército de mi mando…"
Cabañas tomó esa comunicación como un pedido de armisticio, y ordenó a Belgrano que, con su ejército, en el perentorio término de un día, abandonara la provincia.
A pesar de haber sufrido bajas, Belgrano logró algunos éxitos a partir de su exitosa defensa en Tacuarí.
En primer lugar, logró sacar del Paraguay una parte importante de su ejército, unos 400 hombres, incluidos los prisioneros tomados junto a Machain. Estos hombres serían la base del futuro ejército argentino que haría la campaña en la Banda Oriental, en apoyo a los orientales, dirigidos por José Artigas.
Por otro lado, Belgrano redactó e hizo que el general Cabañas llevara a Asunción su propuesta de base para un tratado de paz entre Asunción y Buenos Aires; este incluía la liberación del comercio entre las dos capitales y la formación de una junta de gobierno en Asunción. Además pedía que esta junta enviara un diputado, que se incorporaría a la Junta de Gobierno instalada en Buenos Aires y negociaría allí las indemnizaciones que debía pagar la capital por la guerra que había llevado a Paraguay. Hábilmente, condicionaba las indemnizaciones a la formación de una Junta autónoma y al reconocimiento de la Junta porteña.
Su máximo éxito, de todos modos, fue lograr que en el Paraguay se comenzara a considerar seriamente la Independencia, algo que había sido rechazado por diversas razones. En efecto, poco después, el 14 de mayo, los propios paraguayos declararon su independencia de hecho y se dieron su primer gobierno. Entre sus impulsores se encontraban varios de los vencedores en Tacuarí, especialmente Fulgencio Yegros.
No obstante, la campaña de Belgrano no logró que el Paraguay se incorporara a las Provincias Unidas del Río de la Plata, en que se agruparon las ex provincias del Virreinato del Río de la Plata.
Por su fracaso militar en el Paraguay la Junta de Buenos Aires le inició a Belgrano una causa el 6 de junio de 1811, aunque no había un cargo concreto hacia él, sino una petición del pueblo para que se hiciesen los cargos a que hubiese lugar. Sin embargo, no solo nadie presentó cargos en su contra, sino que los oficiales que habían actuado en la campaña al Paraguay manifestaron en un documento no tener quejas y defendieron su sacrificio patriótico y heroico valor así como su conducta intachable.
Finalmente el gobierno resolvió el 9 de agosto de 1811 absolverlo y emitir el veredicto en la Gazeta de Buenos Ayres
“...se declara que el general don Manuel Belgrano se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y consistencia digno del reconocimiento de la patria...”
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La Batalla de Guanajuato fue un enfrentamiento militar ocurrido el 26 de noviembre de 1810 en Guanajuato, como marco de la Guerra de Independencia de México. El bando insurgente era comandado por Ignacio Allende y el realista por Félix María Calleja del Rey. Tras varias horas de combate, los realistas entraron en la ciudad y ejecutaron a los insurgentes. Finalmente, las fuerzas insurgentes escaparon hacia Guadalajara.
La Batalla de Real del Rosario fue una acción militar de la Guerra de Independencia de México, efectuada el 18 de diciembre de 1810, en Real del Rosario, Sinaloa. Los insurgentes comandados por el Gral. José María González Hermosillo, lograron derrotar a las fuerzas realistas del coronel Pedro Villaescusa. El Gral. José María González Hermosillo tomó prisionero al coronel Villaescusa además de haber capturado 6 piezas de artillería. González Hermosillo permitió que el coronel Villaescusa se retirara del campo si este firmaba una capitulación y prometía no volver a levantarse en armas. Villaescusa firmó la rendición de sus tropas y salió con rumbo a San Ignacio Piaxtla donde lejos de respetar su acuerdo comenzó a hacer preparativos para enfrentar de nueva cuenta a los insurrectos.
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Batalla de Aculco
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