Estaba convencido de que los barriletes son rayos de sol que juegan con el viento. Es probable que por eso se le perdiera la vista en esas cabriolas de colores que los cometas hacían en el cielo.
Los otoños, que en la tierra son marrones, pueden ser muy coloridos allá arriba, cuando uno levanta los ojos y las pupilas se estrellan contra un cielo azul, gris o celeste tachonado de flores de papel que bailan sostenidas apenas por un piolín.
En la tarde de abril Gracián caminó hasta el parque alfombrado de ocres y se sentó en el suelo con los ojos bien abiertos.
El cielo le brindaba siempre la oportunidad de reinventarse. Sabía que a las noches heladas le seguían mañanas brillantes y también había visto muchas veces consumirse las hojas en las fogatas de las esquinas.
La noche anterior lo habían asaltado mil sueños mágicos y en aquella tarde sintió el impulso de caminar hacia el parque donde los niños izaban barriletes en el Pampero.
Sentado en el piso se trago el celeste y descubrió una pandorga en rojo y negro con flecos roncadores y una cola de trapos de colores. En la otra punta, en el suelo, prendido del ovillo, un gurí ataba cartitas al piolín para que llegaran muy alto.
Gracián se incorporó. Caminó hasta el niño, le sonrió y le pidió la punta de la piola para sentir la tensión del viento.
Contra el azul, medio estrella medio granada rojinegra, flecos roncadores y cola de trapos un dragón de papel devoraba nubes. En la tierra, Gracián y el niño sujetaban fuerte de la piola.
1 comentarios:
¡Excelente don Gabriel!
Me gustó como pude llegar a ver los colores con sólo leer las palabras. Va para la colección de lecturas en la facu. Puedo? :D
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